Hay días que se tuercen, a los que les salen garretas,
como hilos de costura enredados en mis manos.
Hoy es, ha sido uno de ellos.
Ha ido pasando el día, deparando enjambres de emociones
iracundas y pesimistas.
He salvado el lastre, a puro de darme cuenta de que
estaba en ese brete.
Hay personas que oscurecen con su encuentro y hacen
nubes grises sobre nuestra mente.
Así ha sido.
Con maneras amistosas, he caído en su red y he perdido
el punto de buen semblante con que ayer me vi.
Eludir ese encuentro es el propósito para días
venideros.
Dejarlo en el margen de mi mismidad, o pasar por su
superficie sin darle pie a alcanzarme.
No todo el mundo, cuando pregunta quiere saber.
Respondes con sinceridad y parece que no venía a
cuento.
No me gustan esos encuentros en que debo desplegar
galas de alegría que no tengo.
Llevo en mí muchos nudos por deshacer.
Si se me pregunta sobre los planes que tengo, y
respondo que no los tengo porque no soy dueña de ellos, no me vale que en un
momento dado se me quiera colocar en posición irreal.
Di confianza a quien no lo merecía.
No es la primera, ni lo será la última vez.
Parece que no aprendo a dejar en un hola y adiós
algunos encuentros cotidianos.
Es posible que la aparente compañía y camaradería
requiera de forzar las cosas hacia un estado fantasioso de todo va bien.
No juego con ello.
Estoy fastidiada.
Nos recortan posibilidades y empobrecen, dejándonos con
el culo al aire.
Indignada.
Me afirmo en ello.
He recogido velas y he quedado en ese terreno de lo no
visible.
De pena.
Hay personas que no nos ven, ni quieren.
Lamentablemente, son encuentros vacíos de contenido.
Unas risas.
¡Qué lástima!
Así van las cosas.
Una conversación válida no es dada.
Y parece que ese desencuentro, de primer movimiento del
día, ha agitado mis entrañas exponiéndome a emociones negativas.
En este momento sosegado lo miro con la distancia e
intento darle el sentido que tiene y la alerta para que no se repita mañana.
Que no me pille desprevenida.
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